LA IMPORTANCIA DE LA DIVULGACIÓN CIENTÍFICA
Artículo
publicado por el Grupo de Divulgación Científica Universidad y Ciencia
Universidad del Nariño
Gracias a la ciencia,
o si se prefiere, a la ciencia y a la tecnología, ha conseguido el ser humano
sus niveles actuales de calidad de vida. El efecto que la ciencia y la
tecnología han tenido y tienen en la mejora de nuestras condiciones de vida es
evidente en todo tipo de ámbitos. Como consecuencia de ello, hoy vivimos mucho
mejor que hace cien años. Tenemos mejores viviendas, con un ambiente mucho más
saludable y con electrodomésticos que nos hacen la vida más fácil. Tenemos
mejores ropas, y gracias a ello no pasamos tanto frío en invierno. Los medios
de transporte han mejorado enormemente en los últimos cien años, hasta el punto
que podemos llegar a casi cualquier lugar del mundo en unas pocas horas.
Tenemos a nuestro alcance más bienes culturales que nunca. Y, como consecuencia
de todo ello, nuestra esperanza de vida es ahora más larga, y además de vivir
más tiempo también vivimos mejor. No creo que nadie ponga esto en duda. Algo
diferente es cuál es el precio, si es que existe ese precio, que
tenemos que pagar para que esto sea así. Pero incluso existiendo tal precio,
todas esas mejoras han venido de la mano de la ciencia y de la tecnología. Por
todo lo anterior, es difícil entender de dónde vienen la desconfianza, el
escepticismo y la incredulidad que tanto nuestra sociedad como otras sociedades
vecinas muestran tanto ante la ciencia como ante los productos de la ciencia y
de la tecnología.
Existen numerosos
ejemplos de lo que quiero exponer, y uno de ellos es el que comentaré a
continuación. Desde hace años –aunque en los últimos meses se ha hecho mucho
más evidente–, en su programa dedicado a la predicción del tiempo, la televisión
nos ofrece cada tres meses información relativa a las témporas**. Antes de
empezar cada estación del año nos ofrecen un pronóstico del tiempo que hará en
cada uno de los meses de esa estación. Por supuesto, las predicciones
realizadas mediante las témporas aciertan por completo en la mayoría de los
casos, anunciando tiempo frío y lluvioso para el invierno, así como bochorno,
calor y tormentas para los meses del verano. Como bien sabemos, tampoco tiene
demasiado mérito acertar el tiempo que hará en primavera y en otoño.
¿Cómo deberíamos
juzgar esto? ¿Deberíamos tomarlo como algo inocuo o como algo preocupante?
¿Deberíamos preocuparnos por ello? Yo creo que sí, porque no es algo neutro, en
absoluto. Si se otorga credibilidad a las supersticiones, en la misma medida se
le quita al conocimiento basado en la evidencia, y eso puede ser muy
perjudicial, porque de esa forma se alimenta la tendencia a la desconfianza y a
la incredulidad ante la ciencia, tal como he comentado antes. Y, en mi opinión,
esas tendencias pueden traer consecuencias peligrosas para el futuro bienestar
material e intelectual de nuestra sociedad.
Existen dos razones
para lo que acabo de decir. La primera razón se refiere a la valoración de la
ciencia. Si se ponen al mismo nivel el conocimiento basado en la evidencia y el
basado en el pensamiento mágico, y, en general, si ponemos en cuestión el valor
de la ciencia, entonces no tendremos ninguna razón para valorar adecuadamente
los productos basados en la ciencia. Y siendo eso así, ¿para qué valen la
ciencia y la tecnología? ¿Para qué invertir en ciencia y tecnología? Está claro
que si se pone eso en cuestión, entonces los poderes públicos tendrán menos
estímulos para impulsar la ciencia y la tecnología, con las consecuencias que
ello tendría.
No obstante, tal y
como he mencionado antes, existe otra razón, tan importante como la primera, si
no más importante. Para explicar lo que quiero exponer debemos dirigir la
mirada a la época en la que puede ubicarse el origen de la ciencia tal y como
la conocemos en la actualidad; me refiero al Siglo de las Luces. Fue en esa
época, bajo la influencia del pensamiento de Francis Bacon, cuando emergieron y
florecieron la ciencia y el conocimiento basado en la evidencia. El exponente
más notable y evidente de ello es Newton. Pero el Siglo de las Luces no fue
solamente el del nacimiento de la ciencia. Francis Bacon tuvo una gran
influencia en el pensamiento del filósofo John Locke, y fue éste quien, con más
claridad que ningún otro, sentó las bases de una sociedad abierta, democrática
y laica. Nadie piense que todo esto fue fruto de la casualidad. En absoluto lo
fue, pues se da la circunstancia de que, en lo sustancial, son los mismos los
fundamentos del conocimiento científico y los de la sociedad abierta. Ambos se basan
en la duda, la libertad de expresión, la tolerancia y el optimismo, y ambos
tienen como sus mayores enemigos a los prejuicios, la intolerancia, el
dogmatismo y el pesimismo.
Pero volvamos ahora al
hilo principal. Al atribuir al pensamiento mágico y a la ciencia un mismo
valor, ponemos en cuestión las bases de la ciencia. Y por lo tanto, si
aceptamos que la sociedad abierta y la ciencia descansan sobre los mismos
fundamentos, estaremos poniendo a ambas en cuestión. Al fin y al cabo, si no es
la evidencia el principal criterio en la búsqueda de la verdad, ¿por qué
tendría que aceptarse –por ejemplo– que todos los individuos son iguales y
tienen los mismos derechos?
Habrá quien piense que
estoy haciendo una gran montaña a partir de una simple anécdota, pero no creo
que eso sea así. En mi opinión, tenemos que ser bastante exigentes en la
defensa del valor y de las bases de la ciencia. En efecto, las actitudes
contrarias a la ciencia y a la evidencia son cada vez más fuertes en nuestra
sociedad, a la vez que se imponen el dogmatismo y el fundamentalismo.
El asunto de las
témporas puede tomarse como un hecho anecdótico de poca importancia, pero si lo
valoramos en el contexto de los ataques que en la actualidad se dirigen contra
la racionalidad, debemos enfocar estas cuestiones de otra forma. Así, en
algunas localidades de Norteamérica se han llegado a equiparar el estatus y el
tratamiento que se da a la evolución y al creacionismo en el sistema educativo.
Y aquí, en Europa, el ecologismo extremista rechaza con dureza avances
científicos que pueden proporcionar beneficios innegables. Y esto está
sucediendo bajo la influencia del apoyo intelectual o, mejor dicho,
pseudointelectual que prestan a estas actitudes el postmodernismo y el
relativismo cultural. En efecto, son el postmodernismo y el relativismo
cultural, las tendencias que han dirigido el ataque más duro contra la ciencia
y el conocimiento basado en la evidencia, al llegar a cuestionar el propio
concepto de objetividad.
En mi opinión, si se
ponen en cuestión los resultados de la ciencia y de la tecnología y si se
socavan las mismas bases de la ciencia, son las bases de nuestra sociedad las
que se socavan. Y si eso es así, estará en juego nuestro futuro bienestar,
tanto material como político e intelectual. Y que nadie piense que esto no
puede suceder. En ninguna parte está escrito que las sociedades tengan siempre
que avanzar, o que el desarrollo de la ciencia y del saber no tengan vuelta
atrás o que no puedan retroceder. Al fin y al cabo, algo así les ha sucedido a
otras sociedades a lo largo de la historia, por lo que la nuestra no sería la
primera.
Y esta ha sido mi
segunda razón. Es decir, si concedemos a una predicción meteorológica realizada
mediante las témporas la misma importancia y el mismo estatus que otorgamos a
una predicción basada en el método científico, estamos alimentando las
tendencias contrarias a la ciencia que he comentado anteriormente. Por eso he
señalado que es peligroso acudir a las témporas al ofrecer la predicción del
tiempo en televisión.
Desde mi punto de
vista, son dos las formas de hacer frente a las tendencias contrarias a la
ciencia; una es la educación y la otra es la información. En mi modesta
opinión, es poca la importancia que se da a la ciencia en el sistema educativo,
si la medimos –por supuesto– por el tiempo y los recursos que se le dedican.
Sería necesario hacer un mayor esfuerzo en los niveles de la educación
obligatoria. De otro modo, no se superará nunca la distancia entre el
conocimiento de las ciencias y el de las letras que tiene la ciudadanía.
Y junto con la
educación, son la información y la divulgación las mejores recetas para curar
esa enfermedad. Concedo, pues, gran importancia a la divulgación de la ciencia
y de la tecnología, y lo hago por las razones aquí expuestas. Es decir, además
de ejercer una indudable influencia cultural, la divulgación científica cumple,
a mi entender, un cometido fundamental, pues nuestra sociedad será más abierta,
más democrática y más libre en la medida que sean sólidas las bases de la
ciencia. O, dicho de forma breve: el saber –y en este caso el saber científico–
nos hace más libres.
Por: Juan Ignacio Pérez Iglesias*.
Conferencia en la jornada "Ciencia
y Sociedad", organizada por la Fundación Elhuyar, en Usurbil (Guipúzcoa),
junio de 2006
* Nacido en 1960
en Salamanca y doctorado en Biología en 1986, es Catedrático en Fisiología y
fue rector de la Universidad del País Vasco desde que fuera elegido en mayo de
2004 hasta el año 2008
** En la Iglesia Católica, son los breves ciclos litúrgicos, correspondientes al final e inicio de las cuatro estaciones del año
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